domingo, 6 de febrero de 2011

El Scarabaeus que quiso ser loro

Bajo una hoja de higuera robusta pero muerta el aliento de la vida despertó un día en el que el sol de nuevo brillaba. La humedad del tronco mantenía el lugar y el improvisado techo cubría la cabeza del pequeño Scarabaeus de cáscara dura. Los días de sol eran un poco alegres y el pequeño Scarabaeus salía de la hoja y esperaba de forma paciente y con la mirada turbia clavada en las ramas de aquel árbol. En seguida aparecía la sombra brillante transportando el poco de alegría del día, se posaba con movimientos ágiles y comenzaba a picotear y abrir con gracia los frutos. El cric-cric aumentaba a medida que las ramas se colmaban de loros verdes y llenos de vida escandalosa. El cric-cric cautivaba al Scarabaeus más que su vista torpe. Sus movimientos eran lentos, su ruido inperceptible, su apariencia poco llamativa.

El sol brillaba mientras el día vivía y el pequeño Scarabaeus tomó una decisión: se acercaría para aprender a vivir. La decisión la tomó rápido, no había tiempo para pensar, tardaría demasiado en llegar, el día moriría y sería demasiado tarde. La sombra del árbol colapsó en el mismo al tiempo que el Scarabaeus. Con dificultad sus minúsculos pasos siguieron el ritmo del cric-cric arriba arriba. El cric-cric se hizo ensordecedor y el pequeño Scarabaeus, de tan pequeño, pronto se llenó de éxtasis y la dureza del pico contra su cáscara se le asemejó el comienzo de la vida, irónica donde las haya.

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