La ceremonia de la comida alimenta vertientes diversas de la vida. Primeramente la necesidad de nutrir el cuerpo que da cobijo al ser pensante que nos representa. La componente social no puede ser obviada, una cena en familia o entre amigos. En el primer caso dar rienda suelta a la tradición culinaria es imprescindible. En la segunda no mirar las calorías del bocadillo es aconsejable para no arruinar la noche. Por último no puedo dejar de incluir el gusto por la comida en sí mismo, el gusto por la variedad y la sorpresa del paladar. La belleza de la comida no puede mas que reforzar el amor por el comer.
Ante la necesidad imperiosa de comer, que resulta indiscutible, ¿qué mejor que ser capaz de disfrutar de la comida? Y mucho antes que desarrollemos tal gusto, ¿qué decir de la aprensión ante un guiso con aceite, por ejemplo? Tener una vida desnatada no puede ser sinónimo de alegría, cuando lo que nos da la vida cada día nos reporta sensaciones negativas y de represión. La repercusión psicológica no debe ser desconsiderada. Una buena alimentación, completa y equilibrada (que no desnatada), equilibra nuestra salud mental y reporta un estado de ánimo positivo. ¿Cómo podremos estar felices si como mínimo 3 veces al día tenemos que luchar contra nuestros gustos y necesidades? ¿Y de dónde la energía para la lucha siquiera?
Abogo por una dieta sana de forma indiscutible. Pero también abogo por que comer sea un placer libre de represión, por que podamos ir al pueblo, comer longaniza y que eso nos alegre. En esta vida hay muchos valores que se pierden, muchas tradiciones que mueren, pero disfrutamos de una dieta maravillosa que podemos mantener y de la posibilidad de hacer de ella un sinfín de alegrías. Comamos con moderación, ¡pero comamos con ilusión!